Monday, May 30, 2011

Simpatía por el diablo - Allan Nadler - Jewish Ideas Daily


Jacob Frank y el libro de Pawel Maciejko, "The Mixed Multitude"

(Ojo, no confundir frankistas, seguidores de Jacob Frank, con franquistas, seguidores del general y dictador español Franco)


Ocupando un lugar particular dentro de la infamia en la memoria colectiva judía, este apóstata que vivió en el siglo XVIII fue además un desviado sexual, un pretendiente mesiánico y un charlatán camaleónico. Su nombre era Jacob Frank. A lo largo de Polonia, en particular en su territorio nativo de Podolia, él y sus seguidores lograron fomentar un caos generalizado, así como las persecuciones para sus compatriotas judíos. Estos individuos son el objeto de “La multitud mezclada“, un nuevo, rompedor y magistral estudio de Pawel Maciejko.

Si hubiera un solo hilo coherente en la teología desordenada de Jacob Frank, posiblemente sería la convicción de que, siguiendo el ejemplo de la reunión fraterna retratada en el Génesis 32, "Jacob se aproximará a Esaú", e interpretada por él, adquiriría el sentido de que la redención final llegaría solamente "por el camino de Edom", es decir, sólo después de la conversión de los anteriormente judíos al cristianismo.

Bajo esa bandera, él y sus seguidores cometieron una serie de actos chocantes. Destacan tres de ellos: la introducción de extraños ritos sexuales en los servicios de la sinagoga, la promoción de hogueras públicas del Talmud por parte de las autoridades católicas y, lo más infame, la afirmación de la certeza ante un tribunal eclesiástico de los tristemente célebres libelos de sangre.

La comprensión de estas “hazañas” requiere un poco de historia. La inspiración inicial de Frank fue el sistema antinómico del falso Mesías Shabbatai Tzvi (1626-1676), a quien Frank veneró al principio de su propia carrera (aunque más tarde lo rechazo por completo). El propio Shabbatai Tzvi ya había aplastado las esperanzas de sus seguidores en todo el mundo cuando se convirtió al Islam – la disyuntiva que le planteó el sultán otomano fue apostasía o muerte -, un hecho que buena parte de sus seguidores racionalizaron radicalmente reinterpretándolo como una enseñanza cabalística, en donde se afirmaba la necesidad – inclusive del Mesías – de un descenso al reino de la oscuridad y las tinieblas para recuperar y reparar los fragmentos rotos tras la creación que contenían la luz primordial de Dios. Precisamente, Shabbatai Tzvi afirmó haber cometido apostasía con el fin de efectuar un tikkun o "reparación". De una manera dialéctica, su reinterpretación posteriormente provocó que otros emprendieran “violaciones deliberadas” de determinados mandamientos bíblicos para, supuestamente, alcanzar el objetivo más alto de su perfección. Jacob Frank tomó esta inversión y/o inmersión en las profundidades de una manera sin precedentes, especialmente en el ámbito sexual.

Para volver al primero de nuestros tres ejemplos de actos chocantes: en vísperas del Sabbath, el 27 de enero de 1756, en el pequeño pueblo de Lanckoronie, Frank reunió a una docena de seguidores en la casa del rabino sabateano (seguidor de Shabbatai) local. Allí se llevó a cabo una extraña ceremonia en la que los presentes participaron desnudos, bailando y cantando oraciones extáticas. Según testigos presenciales, los hombres llevaban crucifijos, los cuales quemaron después de la ceremonia, y realizaron una versión del rito de la Eucaristía del pan y del “vino del condenado". Aún más escandalosamente, la esposa del rabino se ​​desnudó ceremoniosamente, coronada con una tiara de plata que llevaba en su parte superior un rollo de la Torah, y situada bajo un dosel de boda mientras los hombres bailaban a su alrededor, haciéndole reverencias, y, en palabras del polemista anti-sabateano Jacob Emden, "besándola como a una mezuzá [N.P.: pequeño receptáculo que incluye versículos de la Torah y que se colocan en la jamba derecha de las puertas y pórticos judíos, y que se suele besar al entrar o salir]".

Alertados, los funcionarios de la comunidad judía irrumpieron en la casa, maltratando y encarcelando a algunos de los sectarios, y, finalmente, emitiendo un edicto de excomunión en contra de esta rama desviada del detestado movimiento sabateano. Lo más significativo de todo, como nos lo describe Maciejko, el incidente llevó a la alarmada comunidad judía a buscar la intervención de las autoridades católicas de Polonia, un movimiento sin precedentes y de alto riesgo, entre otras cosas porque el obispo regional era bien conocido por su rabioso antisemitismo.

El segundo incidente o acto chocante, la promoción de la quema del Talmud, fue provocado un poco más tarde ese mismo año, tras una disputa pública entre los seguidores de Frank y sus adversarios rabínicos en Kamieniec-Podolsk. Frank se encontraba en Salónica en ese momento, donde realizaba su conversión al Islam, entre tanto un dirigente (y rival) que guiaba al contingente frankista presentó nueve artículos de fe. Entre otras herejías, se afirmaba la creencia en una trinidad divina y se alegaba que "el Talmud está lleno de blasfemias escandalosas contra Dios y por eso debe ser rechazado". Tres años más tarde, una versión revisada de las propuestas de la fe siempre cambiante de los frankistas incorporaba una llamada explícita para la quema del Talmud.

El tercer y más escandaloso incidente protagonizado por los frankistas, y el que hasta el momento ha recibido una mayor atención por los historiadores, fue la falsa denuncia falsa de sus compatriotas judíos como culpables del libelo de sangre. Esto ocurrió en septiembre de 1759, durante una segunda controversia mucho más elaborada y difundida celebrada en la catedral de Lwow (hoy Lviv, Ucrania). Ellos presentaron esta afirmación: "el Talmud enseña que los judíos necesitan sangre cristiana, y el que cree en el Talmud está obligado a usarla". La disputa culminó con el bautismo de Frank y de cientos si no miles de sus seguidores.

Además de exponer el grado de depravación de estos frankistas, este dramático final llevó a Frank a la cima de su prestigio público en Polonia. Aunque poco después de esta conversión en masa, el obispo sucesor de Lwow puso en marcha una investigación sobre los informes que relataban como Frank se había convertido al Islam antes de su bautismo, con lo que la sinceridad de su fe cristiana estaba en cuestión. Terminó encarcelado en la ciudad de Czestochowa, el lugar de la Virgen Negra, la más sagrado reliquia del catolicismo en Polonia.

Frank permaneció en Czestochowa los próximos trece años, finalmente fue puesto en libertad e instalado en un castillo. Mientras tanto, Frank se había enamorado del culto de María, llegando a incorporar muchos aspectos de la cristología mariana en su ya enrevesada teología. Al principio, su esposa Hana fue considerada la encarnación de la "Santa Madre", aunque después de su muerte prematura su papel fue reasignado rápidamente a su hija adolescente Eva, una belleza deslumbrante según todos los relatos. Se prohibió a sus seguidores que lloraran la desaparición de Hana, mientras Frank se consolaba siendo amamantado por las esposas de dos de sus discípulos más cercanos, en presencia de los propios esposos. Uno de ellos no lo pudo soportar y saltó desde una ventana del castillo.

A partir de ahí, la vida de Frank tomó otra nueva serie de giros vertiginosos hasta terminar, en última instancia, en una opulenta corte en el palacio de Offenbach del Rin, vestido con un traje real turco y rodeado de secuaces y acólitos. Allí murió en 1791. Después de su muerte, sus enseñanzas, conservadas en una azarosa y vasta colección de adagios conocida como Divrei Elohim ("Las palabras del Señor"), fueron revisadas ​​radicalmente. Aunque el núcleo duro de sus creyentes formalmente lo deificó, la mayoría de sus seguidores volvieron a las filas de los sabateanos polacos o bien se dirigieron hacia la rama turco musulmana de los sabateanos, los Dönmeh. En cuanto a las masas de judíos que se bautizaron voluntariamente en Lwow, la mayoría terminó en Varsovia, donde en un par de generaciones ya se habían asimilado completamente a la sociedad católica y conservaban apenas una huella o memoria de sus orígenes judíos.

Hasta ahora, curiosamente, Jacob Frank y sus enseñanzas no se han evaluado exhaustivamente, por no hablar de una manera equilibrada. Esto ha cambiado con la aparición de este estudio sobrio y erudito de Maciejko, el producto del trabajo de una década con materiales de base que van desde antiguos documentos en oscuros archivos de Polonia a manuscritos no examinados hasta ahora en el Vaticano. Maciejko, nacido y criado en Polonia, y educado en Gran Bretaña, es hoy en día profesor de historia judía en la Universidad Hebrea de Jerusalén. Bien pudo haber sido su educación como un judío en la Polonia del post-Holocausto, donde las líneas entre los elementos polacos y judíos eran tan numerosas como increíblemente borrosas por el trauma colectivo de la era nazi, lo que le atrajo de este tema: la historia del primer judío polaco que tuvo la osadía de romper las barreras nacionales de siglos de antigüedad y pisotear los sagrados límites religiosos. En esta búsqueda, y quizás en ninguna otra cosa más, Maciejko deja claro que Frank fue completamente consistente.
Maciejko muestra una notable capacidad para elevarse por encima de las pasiones y polémicas que ha empañado todos los estudios anteriores sobre el frankismo. Tomemos por ejemplo el más notorio de los tres actos escandalosos de los frankistas: su afirmación escandalosa ante un tribunal católico del carácter verídico de los libelos de sangre. Lógicamente, esta cuestión ha provocado que la sangre de todos los historiadores judíos que estudiaron anteriormente al personaje se pusiera a hervir. En su sereno y objetivo tratamiento de la cuestión, Maciejko puntualiza dos acontecimientos previos que deben tomarse en cuenta si deseamos evaluar dicho escándalo.

En primer lugar, los propios rabinos, incluyendo el eminente Jacob Emden, habían planteado su litigio con la frankistas a un “nivel asesino” al sugerir a las autoridades cristianas que los sabateanos y los seguidores de Frank deberían ser quemados en la hoguera por la Inquisición. Otros declararon abierta la veda contra los frankistas, argumentando que existían fuentes halájicas que permitían que otros judíos pudieran matarles sin el beneficio de un proceso legal previo. Por lo menos una docena de frankistas debieron huir a Turquía, donde de hecho fueron asesinados por compatriotas judíos.

Por otra parte, la disputa en Lwow no fue un juicio desencadenado por algún supuesto caso de libelo de sangre, sino un debate teórico acerca de lo que el judaísmo rabínico enseña sobre el uso de la sangre. Por lo tanto, la acusación de los frankistas, tan escandalosa y condenable como fuera, no planteaba un peligro inminente para la seguridad judía. Paradójicamente, en última instancia condujo a los rabinos a requerir las declaraciones juradas de estudiosos cristianos afín de desestimar los libelos de sangre como falsas calumnias, e inclusive se dio lugar a la creación de un archivo formidable para refutar esas monstruosas afirmaciones.

Por último, Maciejko sostiene que los propios rabinos parecían satisfechos con el resultado final de la disputa, es decir: la ruptura decisiva de los frankistas con respecto a la comunidad judía a través de su conversión en masa al cristianismo.

Maciejko emplea la misma objetividad para tratar otra serie de temas escabrosos, desde las enseñanzas religiosas de Frank, contrarias a las del establishment religioso, a su extravagante comportamiento sexual, y desde su adoración de la Virgen María a la identificación de su propia hija como su reencarnación. Estos y otros aspectos de la vida y enseñanzas de Frank son ubicados por Maciejko dentro del amplio contexto del siglo XVIII en la Europa oriental y central, una región y un medio ambiente que fue testigo de la aparición no solo de toda una serie de pícaros y charlatanes, sino de movimientos espirituales sincréticos de alquimistas, masones y rosacruces. Entre las contribuciones más originales de Maciejko es su comparación de la vida de Frank con la de ese aventurero no menos escandaloso que fue Giacomo Casanova, quien parece haber mantenido amplias conexiones con la hija de Frank, Eva, y varios de sus discípulos.

Maciejko también se esfuerza en señalar que Frank nunca se declaró como una encarnación de Dios, y que incluso en el apogeo de su disputa con los rabinos, cuando expresó su voluntad de llevar a miles de judíos a la pila bautismal, exigió (aunque sin éxito) su derecho a seguir usando su barba y tirabuzones, y que los nuevos convertidos sólo se pudieran casar entre si, que evitaran comer carne de cerdo y que habitaran y se autogobernaran en un territorio autónomo. Para Maciejko, estas consideraciones deben tenerse en cuenta antes de valorar la demonización absoluta a la que los frankistas han sido sometidos en la historiografía judía.

Los primeros historiadores del frankismo, sobre todo Gershom Scholem, contemplaron su desafío radical a la autoridad rabínica como una prefiguración de la modernidad política y religiosa judía. De este modo, el anhelo de Frank de un territorio autónomo para sus seguidores impactó a Scholem como si fuera una anticipación del nacionalismo judío y del sionismo, mientras que el antinominalismo de Frank y Shabbatai Tzvi prefiguraba la Ilustración judía y el judaísmo de la Reforma.

Maciejko, cortésmente pero con firmeza, rechaza tales especulaciones, las cuales perduran entre muchos historiadores actuales como una "mala interpretación teleológica" de las intenciones de Frank. En esto, él está en lo cierto.

Un inconveniente en el admirable estudio de Maciejko y en su objetividad, puede provenir de que mientras sus lectores obtendrán con su libro una comprensión mucho más profunda, matizada y equilibrada del frankismo, muchos de ellos también se sentirán frustrados por su negativa a lidiar con las preguntas que su historia inevitablemente plantea. La más difícil de estas preguntas es si el frankismo, con toda su fascinación intrínseca, conserva algún tipo de relevancia intrínseca para los judíos, polacos, o católicos de hoy.

En éste como en otros asuntos, Maciejko se ha ganado sin duda el derecho a mantenerse dentro de su agnosticismo académico. Sin embargo, dada la rápida y asombrosa supresión de fronteras étnicas, religiosas y nacionales en nuestra era multicultural, cuando nada en la sociedad liberal es más celebrado que "la diversidad", y cuando el sincretismo religioso es tan festejado alegremente, es difícil no pensar en Jacob Frank, para bien o para mal, como el profeta no deseado de nuestra propia y desconcertante época.

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